Mi palma se desliza
bajo los pliegues de tu vestido nuevo,
irremediablemente parecido
a un vestido viejo.
Lo llevas puesto para mí
aunque no lo digas
y en la tienda dejaste
tus mejores monedas.
Tampoco lo dirás, lo se.
Nadie las morderá.
Son dolorosamente
auténticas.
Tu ofrenda es doble
porque las princesas
despreciarían un vestido
así.
Yo lo señalaría
si alguien me preguntara
qué es el amor.
IV. Los ardores. Descartes en Holanda. 2010. Mariel Manrique.
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